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jueves, 2 de octubre de 2014

DESPEDIDA

    La calle estaba atestada, para no variar. Habían anunciado lluvias para la noche, y hacía un frío de la puta madre. Entré en un café, el cual había sido acordado previamente, y me senté en la única mesa para dos personas disponible, junto a la ventana. Agradecí por cuarta vez en el día la calefacción.

      Si bien tomarse un café muchas veces significa comenzar un día, y saludar con bronca disfrazada y una sonrisa falsa al stress, muchas otras veces, significa hundirse en ese café amargo, y desarmarse de a poco. Me hubiese encantado realizar la segunda opción, pero mi acompañante recién llegado me lo impidió. Se sentó en frente de mi con una sonrisa y un amplio gesto de manos, como dándome la bienvenida. Puro teatro.

   Al no ser buen actor, a pesar de su cálida sonrisa, se le veía cierto nerviosismo en sus expresiones. Quise saber urgentemente que pasaba, así que intente entablar una conversación, para tratar de sacar información, pero me ganó de mano.

    Escuchame. –Me dijo, -¿Se puede fumar acá?

   -Sí, es sector fumadores. Fumá tranquilo.- Se prendió el pucho y le pegó dos pitadas como quien no quiere la cosa. Nunca dejó  de mirarme.

   - No sé qué hago acá, hacela corta. Decime que querés y listo.
   
   -No quiero nada importante, quiero que me digas que pasó en realidad.

  - ¡Uy! ¡Nada importante dice! ¿cómo qué pasó?  Vos sabes cómo fue. ¿Para qué contarte más? – Bajó tanto el tono de voz, que dolió hacer el esfuerzo para escucharlo. Era el susurro de la sombra. – Además, no te bancas la verdad. Nunca lo hacés. ¿Para qué preguntas? Hacenos un favor a todos, y no busques más adentro de los armarios. Mis flacos no van a hablar,  eso lo sabes, ¿qué más te preocupa?

   - Necesito saber la verdad, era mi hermana, por favor… - Una súplica insípida, casi un sollozo. Eso fue mi voz, no pudo ser más. Estaba deshecha. Era verdad, jamás me bancaba las verdades, y aún así seguí insistiendo. –Necesito que me lo digas  a mí, a nadie más.

   -Escuchame, lo de tu hermana fue una estupidez. Ella metió la nariz en el medio del asunto, ¿Qué querías que hiciera? ¿Oponerme?¿ Salvarla? Mandó en cana a casi todos sus hombres. Además, cuando entró en la casa, estaba grabándolo todo. Agradece que tuve la delicadeza de eliminar absolutamente todo lo que tenía, toda la evidencia y quedarme musa. Porque bien podría haber hablado, y sabes lo que pasaba entonces ¿no?  Pero claro, vos no me pagás para eso.

   -Pero no pudiste avisarme antes ¿no? ¿Y qué pasa con mamá? ¿Dónde está ahora? ¡Decime lo que quiero saber! -Escupí las palabras sin pensar que quizás tocar ese tema en aquel lugar no sería apropiado.

   -Te digo que deberías irte a la mierda, como te dije antes. Tu vieja está bien.  Vos no me pagas si está medio muerta. Está segura, creeme. Vos también deberías estarlo. Me llamaste para cuidar a tu madre enfermiza y su fortuna. Perfecto, jamás me pagaste nada por tu hermana. La muy zorra estaba metiendo la nariz donde no debía, me empezó a seguir, y pronto documentó e hizo cosas que no debería haber hecho. No es mi tema, se quiso hacer la superheroína del bien y la moral, y salió pagando por eso. Así estamos, tu vieja viva, tu hermana muerta quién sabe dónde. Y vos y yo, charlando en un café, cuando no deberíamos.

   -Llevame a ver a mi mamá. Ahora.

    -¿Vos estás loca o sos tarada? No. – Agarró un papel, y garabateó algo. –Tomá. Esto se termina acá, te digo que te tenés que ir a la mierda.  Éstos no saben nada, pero si se enteran, caes vos, y caigo yo. Tené cuidado flaca, por favor.


      Miré sus ojos, tan azules y profundos como siempre. Pero los vi distintos esa vez.  Hubo algo, por lo menos durante un segundo. Algo que no había visto en él, en la persona de la que me había enamorado, en ningún momento. Lo ví levantarse, dejar algo de dinero e irse. Lo vi abandonarme. Y sus ojos azules dejaron de hipnotizarme, ya no fueron dos cielos divinos, ya no fueron dos tormentas eléctricas, sino que se alejaron, como no fueron nunca, cargados de misterio y tristeza. Por supuesto, me pregunté si los volvería a ver, quizá en otra vida, pensé. Quizá cuando seamos otros. 

                                            Jorgelina Bueno 4° 4°

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