La calle estaba atestada, para no
variar. Habían anunciado lluvias para la noche, y hacía un frío de la puta
madre. Entré en un café, el cual había sido acordado previamente, y me senté en
la única mesa para dos personas disponible, junto a la ventana. Agradecí por
cuarta vez en el día la calefacción.
Si bien tomarse un café muchas
veces significa comenzar un día, y saludar con bronca disfrazada y una sonrisa
falsa al stress, muchas otras veces, significa hundirse en ese café amargo, y
desarmarse de a poco. Me hubiese encantado realizar la segunda opción, pero mi
acompañante recién llegado me lo impidió. Se sentó en frente de mi con una
sonrisa y un amplio gesto de manos, como dándome la bienvenida. Puro teatro.
Al no ser buen actor, a pesar de
su cálida sonrisa, se le veía cierto nerviosismo en sus expresiones. Quise
saber urgentemente que pasaba, así que intente entablar una conversación, para
tratar de sacar información, pero me ganó de mano.
Escuchame. –Me dijo, -¿Se puede
fumar acá?
-Sí, es sector fumadores. Fumá
tranquilo.- Se prendió el pucho y le pegó dos pitadas como quien no quiere la
cosa. Nunca dejó de mirarme.
- No sé qué hago acá, hacela
corta. Decime que querés y listo.
-No quiero nada importante,
quiero que me digas que pasó en realidad.
- ¡Uy! ¡Nada importante dice! ¿cómo
qué pasó? Vos sabes cómo fue. ¿Para qué
contarte más? – Bajó tanto el tono de voz, que dolió hacer el esfuerzo para
escucharlo. Era el susurro de la sombra. – Además, no te bancas la verdad.
Nunca lo hacés. ¿Para qué preguntas? Hacenos un favor a todos, y no busques más
adentro de los armarios. Mis flacos no van a hablar, eso lo sabes, ¿qué más
te preocupa?

-Escuchame, lo de tu hermana fue
una estupidez. Ella metió la nariz en el medio del asunto, ¿Qué querías que
hiciera? ¿Oponerme?¿ Salvarla? Mandó en cana a casi todos sus hombres. Además,
cuando entró en la casa, estaba grabándolo todo. Agradece que tuve la
delicadeza de eliminar absolutamente todo lo que tenía, toda la evidencia y
quedarme musa. Porque bien podría haber hablado, y sabes lo que pasaba entonces
¿no? Pero claro, vos no me pagás para
eso.
-Pero no pudiste avisarme antes ¿no? ¿Y qué pasa con mamá? ¿Dónde está ahora? ¡Decime lo que quiero saber!
-Escupí las palabras sin pensar que quizás tocar ese tema en aquel lugar no sería
apropiado.
-Te digo que deberías irte a la
mierda, como te dije antes. Tu vieja está bien.
Vos no me pagas si está medio muerta. Está segura, creeme. Vos también
deberías estarlo. Me llamaste para cuidar a tu madre enfermiza y su fortuna.
Perfecto, jamás me pagaste nada por tu hermana. La muy zorra estaba metiendo la
nariz donde no debía, me empezó a seguir, y pronto documentó e hizo cosas que
no debería haber hecho. No es mi tema, se quiso hacer la superheroína del bien
y la moral, y salió pagando por eso. Así estamos, tu vieja viva, tu hermana
muerta quién sabe dónde. Y vos y yo, charlando en un café, cuando no
deberíamos.
-Llevame a ver a mi mamá. Ahora.
-¿Vos estás loca o sos tarada?
No. – Agarró un papel, y garabateó algo. –Tomá. Esto se termina acá, te digo
que te tenés que ir a la mierda. Éstos no saben nada, pero si se enteran, caes
vos, y caigo yo. Tené cuidado flaca, por favor.
Miré sus ojos, tan azules y
profundos como siempre. Pero los vi distintos esa vez. Hubo algo, por lo menos durante un segundo.
Algo que no había visto en él, en la persona de la que me había enamorado, en
ningún momento. Lo ví levantarse, dejar algo de dinero e irse. Lo vi
abandonarme. Y sus ojos azules dejaron de hipnotizarme, ya no fueron dos cielos
divinos, ya no fueron dos tormentas eléctricas, sino que se alejaron, como no fueron nunca, cargados de misterio y tristeza. Por supuesto, me pregunté si
los volvería a ver, quizá en otra vida, pensé. Quizá cuando seamos otros.
Jorgelina Bueno 4° 4°
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